Religión y Medio Ambiente
Por: Julián Vianchá (22.2.2012)
RELIGIÓN Y MEDIO AMBIENTE
Lo que pasa en el Lago de Tota, para los boyacenses, se debe convertir en la representación palpable del engaño que la economía ortodoxa ha introducido a nuestras culturas. De latitud a latitud, la rentabilidad convierte todo éticamente posible. De esta forma, y poco a poco, algunas veces implícitamente y otras con la complicidad del ser humano común, (no todo ha sido imposición de poderes económicos y políticos), el mundo se ha moldeado al avasallador ritmo que promueve la cultura del derroche, del capitalismo, del hedonismo.
Parece que la opción es adaptarse, o sino vivir en una profunda miseria. Curiosamente culturales milenarias se han visto permeadas y absorbidas por este mundo desenfrenado. Los hindúes caracterizados por un profundo sentido de espiritualidad y respeto a la naturaleza, terminaron depredando la mayor parte de sus acuíferos para satisfacer la agricultura que demanda su exagerado crecimiento demográfico.
El gran reto para la ciudadanía del siglo XXI es que su vida gire en torno a la sostenibilidad, más que a la rentabilidad. Es decir, que nuestra perspectiva sobre la tierra cambie, de su estado actual, a como reza el proverbio indio, “La tierra no es herencia de nuestros padres, es un préstamo de nuestros hijos”. Pero, ¿cómo lograr ese despertar de conciencia sí todo parece estar viciado por la cultura del derroche?, ¿Qué elementos culturales se podrían tomar, para sensibilizar a la ciudadanía?
En el caso puntual de la problemática actual suscitada por la insostenibilidad en el uso de la cuenca hídrica del Lago de Tota, existe un elemento que ha sido poco explorado en cuanto a educación y sensibilización ambiental respecta. En la provincia de Sugamuxi, al igual que en todo Boyacá, es de amplio conocimiento la práctica y devoción cristiano-católica. Se preguntaran ¿Qué relación tendrían dos temas?
En lugar de comenzar una cadena de culpas interminable, cada sujeto comprometido dentro de esta problemática debe asumir su responsabilidad. Buscando un elemento que permita generar una cadena de custodia ciudadana, un imperativo categórico, que permita que cada sujeto de forma autónoma, se responsabilice por el territorio. Entonces, a partir de la puesta en práctica de la filosofía cristiana, se podría lograr este objetivo. La ética cristiana dice: no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti, y ama a tu prójimo como a ti mismo. Al ver lo que pasa en el mundo y en el Lago de Tota, es precisamente eso, lo que se debe poner en práctica. No entregar a las futuras generaciones, lo que generaciones antepasadas entregaron al presente. Unas riquezas naturales agotadas o extintas, que jamás se conocerán. Porque siendo sinceros, ¿Quién en sus cabales no está inconforme con lo que se le ha hecho al mundo? Entonces que se convierta en voluntad de los actores involucrados en esta problemática, fundamentalmente a los que usufructúan con fines económicos el Lago, utilizarlo con unos criterios culturales, que siempre han estado allí, pero que no se han contextualizado hasta el momento a los retos del siglo XXI, en este caso el de la sostenibilidad. Lo que se propone entonces, no es más, que religión y medio ambiente.